Capítulo 2x04: El Movimiento

miércoles, 19 de junio de 2013

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Olor a humedad, sudor y fracaso. Frente a la taquilla oxidada del vestuario de camareros de aquel hotel infernal, el aroma era más intenso de lo que el novato podía soportar.

«No me lo puedo creer. - pensó mientras colgaba cuidadosamente el chaleco desgastado a pesar de ser nuevo para él. Desgastado por cientos de camareros que posiblemente se habrían encontrado en su misma situación, sufriendo ese mismo olor a derrota. - No he durado ni media mañana. Es que ni media hora, leches.»

- Te acaba de despedir por primera vez, ¿Verdad? - la voz sonó a su espalda, tranquila y educada, como si hubiera tenido esa misma conversación con los cientos de anteriores dueños de ese chaleco. Sólo podía ser el friegaplatos. El único ser humano educado de aquel maldito lugar. El único ser humano sin más, al parecer.

- Perdón, creí que estaba solo. - dijo dándose la vuelta para poder verle, aunque no lo consiguió. Su interlocutor estaba agachado tras una hamaca, presumiblemente atándose los cordones de los zapatos, aunque no podía saberlo.

- Lo hace siempre, constantemente, todos los días. No es nada personal. - continuó hablando sin parar de hacer lo que sea que estaba haciendo allí abajo.

- A ver que yo me entere. Entonces, ¿esto es lo normal? ¿El jefe despide a la gente a diario? - el novato no daba crédito a lo que estaba escuchando en su primer día de trabajo. En ese preciso instante, la Máquina entró a toda velocidad en el vestuario, interrumpiendo abruptamente la conversación.

- ¡Muchacho, corre, tienes el rango abandonado, amosamosamos! - balbuceó muy rápido, de manera casi incomprensible, mientras agarraba al novato por el brazo tirando de él con una fuerza que jamás podía adivinarse de un cuerpo tan enjuto y menudo como el del Máquina. No pudo ni despedirse del único hombre educado y tranquilo de ese hotel, pues se vio rápidamente arrastrado por su compañero pasillo adelante.

- Necesito que alguien me explique qué está pasando aquí o voy a volverme loco. - casi suplicó de camino de vuelta a "su rango". El Máquina le explicó en apenas diez minutos todo lo que el novato necesitaba saber.

Por lo visto las lavanderas le habían gastado la broma estándar del pantalón blanco, algo que le hacían a todos los novatos en su primer día y que parecía molestar especialmente al Maître. Ese era al fin y al cabo, el objetivo de la broma. También le explicó que el salón comedor se separaba por "rangos" o zonas de mesas. A cada camarero le correspondía uno de estos rangos y la única función de este consistía en recoger platos sucios y montar mesas para los siguientes clientes. La tarea a priori parecía sencilla, algo cuanto menos básico como recoger y montar no podía ser tan complicado. Recordó las insufribles noches en el asador del Goblin, donde su maestro se dedicaba a las tareas más complejas, dejando para él la parte sencilla y monótona. Precisamente esa, limpiar y montar mesas. Sin parar. Este pensamiento le tranquilizó.

- Mira, ¿ves ese carro de allí? - dijo el Máquina apuntando con el dedo hacia un carro metálico, de tamaño considerable, que se encontraba aparcado junto a un pilar del comedor aproximadamente en el centro del rango. - Le llamamos el camión de la basura. Es allí donde tienes que llevar los platos sucios. No los lleves a la cocina directamente o perderás mucho tiempo, y aquí muchacho, el tiempo es fundamental.

Sin parar de moverse entre las mesas, el Máquina había estado recogiendo platos mientras hablaba con una velocidad tal, que el novato ni siquiera se había dado cuenta hasta ahora. Salió de entre las mesas y se dirigió directamente al camión de la basura, donde depositó toda su “carga”. Continuó la explicación, siempre sin detenerse, seguido de cerca por su nuevo acólito, que le escuchaba atentamente.

- Aquí la cuestión es que no pares de recoger. Al ser buffet libre, no importa si van por el primer plato, el segundo o el postre. Lo único de lo que te tienes que preocupar es de ver rápido platos vacíos, recogerlos y llevarlos al camión. Y las mesas, no nos olvidemos de las mesas vacías. Quédate un rato en mi rango y lo cogerás enseguida.

Tras decir aquellas palabras, el Máquina cerró los ojos, agachó la cabeza y se quedó unos minutos inmóvil. Acto seguido, los abrió y su mirada cambió por completo. Era penetrante e inquietante y daba la sensación de no estar mirando a ninguna parte. Sin embargo no era cierto, pues algo estaba llamando muy fuerte su atención.

- ¡Mesa! - dijo casi en un susurro y salió disparado, dejando a nuestro joven protagonista boquiabierto, observando como, moviendo las pequeñas y cortas piernas tan rápido que casi parecía flotar, su nuevo compañero se deslizaba entre las mesas hasta llegar a su objetivo. Apenas un segundo antes la mesa en cuestión estaba ocupaba, pero ahora los clientes acababan de levantarse. Y el Máquina ya estaba allí, recogiendo.

«Vaya, esto me suena - recordó el novato - Parece que entra en una especie de trance, como yo cuando me meaba vivo en el Asador del Goblin

Visualizó por un instante el patio de su anterior trabajo, el ajetreo, las mesas y los clientes agolpados, el estrés y a sí mismo corriendo frenéticamente entre las mesas, en ese estado del camarero, en ese trance, y fue eso mismo, un instante, lo que tardó en volver el Máquina, deslizándose por el rango, cargado con toda la mesa. Siete platos en su pequeño brazo izquierdo, seis copas en su mano derecha, agarradas con sus minúsculos dedos como si de una gran tenaza se tratara. Cubiertos, bandejas de pan y tazas de café apilados de manera casi circense sobre los siete platos y bajo ese mismo brazo, hecho un ovillo, el mantel sucio se mantenía sujeto por su propio sobaco. ¿Como era posible que un tipo tan pequeño y enjuto fuera capaz de cargar semejante cantidad de cosas sin hundirse irremediablemente en el suelo?

Llegó como digo, deslizándose, dispuesto a descargar todo aquello en el camión de la basura pero no lo hizo. Se quedó clavado en el suelo, mirando fijamente al novato que llegó a creer por un segundo que efectivamente el peso había podido con él, incrustando sus pequeños y gastados zapatos negros en el suelo del salón comedor.

- Pero muchacho, ¿qué haces ahí parado? ¡Movimiento, movimiento! ¡La mesa ya tenía que estar montada! ¡Que viene el Maître! - dijo con semblante serio y preocupado mientras apuntaba con su barbilla, la única parte de su cuerpo que no albergaba ninguna pieza de menaje.

- Pero, pero, pero, ¡Si la acabas de recoger! ¡No me ha dado tiempo ni a reaccionar! - contestó aturdido mientras miraba en la dirección hacia la que apuntaba la barbilla de su interlocutor. El Máquina no era el único que poseía ese radar para detectar mesas libres a juzgar por la premura con la que el señor Hateman se movía, rápido y seguro, acompañado por cuatro clientes que le seguían a su espalda, hacia la mesa que había quedado libre.

Todo ocurrió muy rápido...

El Máquina silbó fuerte mientras descargaba todo lo que tenía entre manos con una velocidad increíble. Por un momento el novato creyó que no iba a sobrevivir ni una sola copa, pero la precisión con la que se movía era tal, que en cuestión de segundos todo estaba perfectamente colocado en su sitio, pues aquel carro metálico tenía un receptáculo para cada cosa. Comprobó a que altura estaba el Maître mientras el Máquina se acercaba a un mueble de madera que contenía, entre otras muchas cosas, manteles limpios. Cogió uno y, como si de un jugador de béisbol se tratara, lo lanzó en dirección a la mesa libre. Todos los clientes siguieron la trayectoria del mantel, novato incluido, que miraba toda la escena con completa incredulidad.

- ¡Uuuuuuuooooooooouuuuuu! - gritaron algunos clientes al ver como el mantel sobrevolaba sus cabezas. Pero hacia donde iba dirigido, eso no se lo esperaba nadie. Apareció Tas entre las mesas, como un ninja, invisible al ojo inexperto y de un salto increíble, con giro de medio cuerpo incluido, atrapó el proyectil en el aire. Cayó al suelo flexionando ligeramente las piernas y con un movimiento brusco y preciso el mantel volador se extendió sobre la mesa libre. El señor Hateman pasó rápidamente al lado de novato, que permanecía inmóvil, alucinando al lado del carro metálico. Lo miró nervioso.

«Es imposible. Si pretenden montar esa mesa antes que llegue el Maître la tienen clara.»

Las sorpresas no acabaron con el salto acrobático del argentino, ni con la asombrosa capacidad de carga de el Máquina, pues de la nada apareció otro camarero, uno que no conocía, delgado al extremo como casi todos, alto, desgarbado, cuyo principal rasgo característico eran unas inmensas gafas de culo de botella que le daba un aire despistado. Algo que no encajaba con la realidad, pues allí estaba de repente, al lado de la mesa, cargado con platos, copas, cubiertos y servilletas limpias. Con precisión milimétrica colocó todas aquellas cosas justo en el momento en el que el Maître llegaba a su destino, haciendo un gesto teatral con la mano a sus clientes, instándolos a utilizar esa mesa. Una mesa que hacía menos de un minuto estaba sucia. Menos de un minuto ocupada. Entonces el novato comprendió.

«A eso se refiere el Máquina con el movimiento. Es como un baile de salón, todos a una, con la precisión de una orquesta perfectamente sincronizada, cada uno tocando su parte, cada uno atento a los demás, componiendo al fin, en equipo, la melodía. Tener la mesa lista a tiempo. Justo a tiempo para el Maître, el que lleva la batuta.»

 - ¿Has visto ese culo? - le preguntó de repente el señor Hateman, que había aparecido a su lado de repente. Era tan alto que tenía que agacharse ligeramente para poder hablarle mirándole muy cerca a su cara, como solía hacer cada vez que hablaba con él.

- Eh, ¿perdón? - contestó el novato aturdido. Siguió con la mirada el dedo de su nuevo jefe, que apuntaba directamente hacia el trasero de el Máquina, que ya estaba de nuevo en trance, deslizándose sin parar entre las mesas, en busca del plato que recoger, de la mesa que desmontar. Aquél camarero estaba tan delgado que prácticamente no tenía culo. La espalda terminaba exactamente donde empezaban sus piernas. Su jefe volvió a leerle el pensamiento.

- Exacto novato, no tiene. ¿Y sabe porqué? Por que se mueve, novato. Así que ya sabe, no he contratado a un Ent del bosque oscuro. He contratado a un camarero, uno que parece tener el culo demasiado gordo. ¡Circule, ostias! - le espetó.

* * *

Doce horas después tenía el cuerpo tan entumecido que incluso creyó que su culo había desaparecido de verdad. A pesar de lo simple que parecía su tarea, el novato dio vueltas por el rango durante doce horas seguidas como un pato mareado, recogiendo platos y montando mesas sin parar, pero sin acabar de hacerlo bien del todo. No sabía porqué, pero el Maître siempre llegaba a la mesa antes que él pudiera limpiarla. Era un jefe muy educado. Se cagaba en sus muertos cada cinco minutos, eso sí, murmurándole al oído, no fuera a ser que los clientes lo escucharan y se dieran cuenta que era un cabrón sin sentimientos.

La jornada no había terminado aún. A pesar del fuerte dolor que recorría todo su cuerpo, el señor Hateman quería más, así que lo había mandado a realizar una tarea aún más gratificante y mecánica que recoger platos en el rango. Secar cubiertos en el friegue.

- No te castigues demasiado, cada vez lo harás con mayor eficiencia, hasta que se convierta en una rutina sencilla. - sonó la voz amable y educada de aquél señor que fregaba platos, entre el vaho y el ruido de la máquina infernal y gigantesca que los fregaba en cadena. El novato se giró y miró a aquel hombre alto y enjuto, que de espaldas a él y de cara a la máquina, no paraba de introducir platos y platos en la cadena de fregado. La montaña de menaje por fregar, situada a su lado, le sobrepasaba cerca de medio metro por encima de su cabeza.

- ¿Como sabes que lo he hecho tan mal? - preguntó el novato girándose hacia él, aunque apenas podía ver el perfil de su cuerpo esquelético entre el vaho y el humo, ya que la cocina y la zona de friegue estaban en la misma sala. Era inmensa pero no estaba correctamente ventilada.

- Porque estas aquí, secando cubiertos. Hateman siempre envía aquí a la gente que le molesta, la mayoría de las veces a los novatos. Nadie quiere secar mil quinientos cubiertos después del servicio. Digamos que es otro de sus peculiares castigos. - respondió aquel sin parar de introducir platos en la cadena de fregado.

El novato asintió con la cabeza, comprendiendo la situación mientras observaba los cubos gigantes llenos de cubiertos que iban saliendo de la máquina sin parar, empapados. El hombre del friegue no esperó contestación y siguió hablando.

- El truco está en el movimiento. Seguro que el Máquina te habrá dicho algo al respecto. La única forma de llegar a tiempo a todas partes es no parar de moverse por el rango, de arriba a abajo, mirando constantemente las mesas. No importa que no tengas nada que hacer, que no haya trabajo, que estés cansado, que tengas sueño, que no sepas donde vas, que te mueras de sed, que necesites ir al baño, que te estés muriendo, que ya estés muerto, da igual, muévete de arriba a abajo del rango, sin parar. El resto viene solo.

El novato observó un instante sus manos y vio como, debido al calor y la humedad de los cubiertos, las yemas de sus dedos empezaban a agrietarse. Un fuerte escozor procedente de los innumerables pequeños cortes y pinchazos que se había hecho cogiendo tenedores y cuchillos le recordó de nuevo que era el novato, el pringado cuya única misión era trabajar mecánicamente en aquello que nadie quería. Se sacó la camisa blanca de dentro de los pantalones, empapada y pegada al cuerpo por el calor, se desabrochó algunos botones y se dijo a sí mismo:

«Tengo que dejar de ser el novato. Como sea.»


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